Geografía de Género/ Los estudios de género en Geografía

 

El territorio es el soporte donde las sociedades han construido a lo largo del tiempo las relaciones y las estructuras sociales que las sostienen. Desde la institucionalización académica de la Geografía, el espacio siempre fue considerado como un soporte neutro, homogéneo y asexuado (García Ramón, 1998, 2005); y no se consideraba al género como una variable que, junto con otras, fuera capaz de explicar los desequilibrios en el territorio y la reproducción/perpetuación de los mismos en las sociedades. La progresiva introducción del enfoque de género en las disciplinas geográficas ha permitido establecer unas bases teórico-metodológicas y unas líneas de trabajo que se comparten con otros saberes vinculados a las ciencias sociales y humanas (Sabaté; 1984), (García Ramón; 1989), (Sabaté, Rodríguez, Díaz; 1995), (Caballé, 1997) (Vicente; 2000), (Mc Dowell; 2000), (Johnson, Sidaway; 2004), (Sharp; 2005).

 

En el ámbito de habla inglesa la consideración del género en la Geografía data de comienzos de la década de 1970 y tiene un doble objetivo: el primero, consiste en aportar el enfoque femenino a los estudios geográficos y ofrecer alternativas a los problemas territoriales; y el segundo, promocionar a las mujeres en las instituciones académicas (Mc Dowell, 2000: 48). Todo ello se produce en un contexto en el que se producen unas transformaciones sociales y culturales que, según T. Vicente (2000), afectan a las mujeres en cuatro dimensiones: 1. Cambios demográficos que reflejan la disminución de la fecundidad y el aumento de la esperanza de vida femenina, lo que se traduce en mayor disponibilidad de tiempo para otras actividades. 2. Cambios laborales con la entrada de las mujeres en el mercado laboral, que implica modificar la vida familiar, las tareas domésticas y la separación entre el espacio público y privado. 3. Cambios educativos que implican una mayor presencia de las mujeres en niveles educativos secundarios y universitarios. 4. Cambios en el poder político y económico con una lenta, pero continua, incorporación de las mujeres en la política activa, puestos directivos, administraciones públicas y organizaciones sociales, profesionales y científicas.

 

 


 

Al amparo de estos cambios, surgen las Teorías Feministas, y a ese respecto, A. Giddens (2006) distingue tres tipos de teorías que, si bien no existe entre ellas una línea clara de separación, se vinculan a la desigualdad de género. Diversos autores han identificado estas conexiones de las teorías feministas con la reinterpretación de los fenómenos geográficos desde la óptica del género (Massey, 1994). Así, el feminismo liberal, trata de explicar las desigualdades de género según las actitudes sociales y culturales de la población. Desde dentro del sistema, el feminismo liberal tiene como propósito introducir una serie de reformas respecto al sexismo, discriminación en el ámbito laboral, instituciones educativas y medios de comunicación, buscando de este modo una igualdad plena entre géneros. Ha recibido críticas al presuponer que “anima” a las mujeres a aceptar una sociedad competitiva y desigual ya que de partida se aceptan las reglas de una sociedad patriarcal. El feminismo socialista, tiene como objetivo la derrota del capitalismo (puesto que permite la concentración de riqueza y de poder en manos de unos pocos hombres) y del patriarcado (la dominación de las mujeres por parte de los hombres). Hay tres hechos que son centrales en sus planteamientos:

1.El capitalismo sostiene al patriarcado, de modo que los hombres son los poseedores y herederos de la propiedad y proveedores del sustento.

2. La economía capitalista concibe a la mujer como una creciente consumidora de bienes y servicios.

3. El capitalismo patriarcal confía en que los hombres trabajen por un salario bajo y las mujeres mediante la ausencia del mismo.

 

El feminismo radical, considera la explotación de la mujer como un fenómeno universal en el tiempo y en las culturas. Los hombres se benefician de ella y la promueven, de manera que éstos, amparados en unas reglas sociales e instituciones patriarcales, niegan el acceso a las mujeres a puestos de responsabilidad, influencia y poder. El feminismo radical mantiene que la familia es una de las fuentes de opresión que más afecta a las mujeres de cara a su proyección y reconocimiento social. Así, a partir de la década de los años setenta surge con fuerza la denominada Geografía de la Mujer (Mc Dowell, 2000) (Pain et al., 2001) (Johnson; Sidaway, 2004) que constituyó un hito por cuanto que intentó compensar el desconocimiento que existía en el binomio mujer-territorio mediante trabajos eminentemente descriptivos centrados en los efectos visibles en los espacios y en las sociedades de las diferencias sociales, económicas, culturales y demográficas entre mujeres y hombres. En paralelo a esta nueva concepción del espacio y del género surge, al amparo de las Teorías Feministas, la Geografía Feminista o de Género, si bien no será hasta comienzos de la década de los años ochenta del siglo XX cuando se puede hablar propiamente de un enfoque de género en Geografía (García Ramón, 1989: 28).

 Los objetivos e intereses de la Geografía Feminista o de Género, consisten en analizar y dar explicación a la separación espacial y a la segregación social -a cualquier escala geográfica- según el género. Este planteamiento, supuso un avance epistemológico y metodológico ya que desde un enfoque más interpretativo se estudian las relaciones de género y sus efectos en el territorio y en la sociedad. Surgen trabajos basados en la construcción de género, identidades sexuales, geopolítica y patriarcado, relaciones de género y/o identidades vinculadas con los modos de vida en el territorio –rural o urbano-, diferencias entre mujeres según su lugar de nacimiento o geografías del desarrollo y mujeres, es en este punto cuando J. Little (1988) define a la Geografía de Género como: «aquella que examina las formas en que los procesos socioeconómicos, políticos y ambientales crean, reproducen y transforman no sólo los lugares donde vivimos sino también las relaciones sociales entre los hombres y las mujeres que allí viven y, también, a su vez cómo las relaciones de género tienen un impacto en dicho procesos y en sus manifestaciones en el espacio y el entorno» (citado en: Sabaté, Rodríguez, Díaz; 1995: 17).

 


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